La Estaciòn de lluvias
está ahora en su apogeo, esto es, que llueve a torrentes todas las tardes, pero
las mañanas son bellísimas. El lado desagradable es que los caminos están tan
malos que nuestros paseos a caballo por los alrededores se hacen penosos. Tal
parece que caballo y jinete han tomado un baño de lodo después de cada una de
nuestras excursiones. Es muy divertido ponerse en la ventana a eso de las
cuatro y ver cómo los tremendos y repentinos aguaceros van atrapando por
sorpresa a las gentes. En menos de cinco minutos las calles se vuelven ríos, y
las canoas serían más útiles que los carruajes. Cargadores hercúleos están
siempre dispuestos para pasar al otro lado de la calle a los muy engalanados
caballeros o damas a quienes ha sorprendido el diluvio. Cocheros y lacayos
tiene listas sus grandes capas de hule, y todos los de a caballo llevan
sus sarapes enrollados detrás de la silla, con los cuales, y con sus
relumbrantes sombreros de cuero, pueden desafiar la tormenta. Confiados en que
escampe por casualidad, lo que sucede a veces, las gentes siguen saliendo a sus
visitas por las tardes; pero esto es someter a los cocheros y a los caballos a
una gran crueldad, a menos que la visita se en una casa que tenga porte-cocherè, como
tienen muchas, entre ellas la nuestra.
(Fuente: Calderón de la
Barca, Madame. La Vida en México. Durante una residencia
de dos años en ese país. México, Porrúa, 1984. (Col. Sepan Cuantos,
no. 74)p. 192.
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